Recientemente, durante un largo viaje de trabajo por varias fincas de caza en el centro de España, he tenido la oportunidad de comprobar cuán escaso resulta el conejo de monte y cuánto se le echa de menos por aquellos lares. En las conversaciones que pude entablar con guardas de cotos y propietarios, la explicación a tan llamativa ausencia siempre resultó ser la misma, la sobreabundancia de “alimañas” y en especial de zorros y meloncillos, dos especies de depredadores ibéricos, aparentemente mucho más abundantes que su ausente presa. Debo indicar que me resultó igualmente llamativo que pocos interesados aludieran a la también abundante cabaña de jabalíes que campa por rañas y montes y que, seguramente, resulten mucho más dañinos para conejos y otros, perdices por ejemplo, que las “alimañas” a las que tanto se les sigue odiando.
Afortunadamente, hoy día disponemos de trabajos serios que permiten arrojar algo de luz al tema de la gestión y promoción de las especies cinegéticas y que, además, nos permiten conocer en mejor medida cual es la relación de éstas con el entorno donde se ubican y con las otras especies que se alimentan de ellas. En este sentido, podríamos empezar diciendo que, la aseveración de que “cuanto más depredadores hay más bajas se producen en las especies cinegéticas” no es tan sencilla y lineal como se enuncia. Nada más lejos de la realidad. Los carnívoros y sus presas han evolucionado conjuntamente y entre ambos gremios se han desarrollado mecanismos ecológicos que les permiten subsistir y autorregularse. De hecho, los zorros no solo comen conejos o perdices, sino que además se alimentan de insectos que son vectores de enfermedades, dispersan semillas que favorecen el desarrollo del monte mediterráneo, y, en última instancia, depredan sobre los ejemplares más débiles, ayudando al saneamiento y control de enfermedades de sus propias presas. Por otro lado, la estrategia de crecimiento poblacional del conejo requiere de la existencia de depredadores que controlen dicho crecimiento y eviten la aparición de enfermedades denso-dependientes. Es decir, que se reproducen tanto y tan bien que si no fuera por los depredadores, acabarían por ser plaga y sufrir igualmente enfermedades epidémicas que los diezmarían.
En éstas que interviene el ser humano con la transformación de los terrenos, la intensificación agrícola, o el uso de agroquímicos, y las reglas del juego cambian para mal, especialmente para los conejos y otras especies de caza menor (perdiz, codorniz o tórtola europea). A esto se une la nefasta influencia de las enfermedades infecciosas que atenazan a los conejos y que nos les deja levantar cabeza. En este escenario, con un hábitat de baja calidad, simplificado al máximo por una agricultura casi de carácter industrial, está más que demostrado que cualquier efecto negativo, incluida la depredación, puede multiplicar su acción devastadora y ser determinante para que las piezas de caza escaseen. Generalmente, en estas situaciones, la mera presencia de los depredadores es observada como un mal que es necesario erradicar y se sugieren controles y campañas de eliminación que raramente se fundamentan en datos contrastados y con el peso científico que deberían tener.
En estas circunstancias ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo se puede favorecer y fomentar la presencia de las especies cinegéticas y evitar una depredación excesiva sobre éstas? La respuesta no ha de ser sencilla y pasa por reconocer que la inmensa mayoría de especies depredadoras están legalmente protegidas, a excepción del zorro, nuestro protagonista, y algunas especies de córvidos. Por tanto es necesario actuar de forma estratégica, contemplando el problema desde sus diferentes vertientes y, muy especialmente, no caer en la sencilla y fácil asunción de que eliminando a los depredadores vamos a solucionarlo. Enumero aquí algunos ejemplos que, si bien no son todas las soluciones, sí que pueden ayudar a solventar o, al menos, paliar dichos problemas:
+ Cualquier ejercicio de control de depredadores debe pasar por el respeto de la legalidad vigente. El uso de sustancias nocivas, así como de lazos o cepos está terminantemente prohibidos en nuestra región. Para el caso del zorro y el jabalí, quizás la forma más sencilla es contemplar su caza y reducir sus poblaciones a niveles que no impacten tanto sobre las especies de caza menor. En todo caso, cualquier acción sobre los depredadores debe quedar previamente reflejada en los correspondientes planes técnicos de caza y obtener el visto bueno de la administración ambiental.
+ Favorecer la heterogeneidad de hábitat. Los campos simplificados, sin refugio o perdederos, son nefastos para la caza menor y, también, para sus depredadores. En este sentido, favorecer la existencia de linderos y setos con vegetación natural es una de las medidas más favorecedoras de cuantas se pueden contemplar.
+ Aportes de alimentación y agua. Favorecer el acceso al agua y al alimento en épocas de carestía, como ocurre en verano, ayuda en gran medida a mantener las poblaciones de las especies que nos interesan. Si los comederos y bebederos se disponen, además, aprovechando los refugios que antes se ha comentado, mejor que mejor.
+ Reducción de los agroquímicos. Los biocidas, las semillas blindadas, y el abuso de los mismos, está detrás de la rarefacción de muchas especies. Un estudio (https://previa.uclm.es/gabinete/ver_noticias.asp?id_noticia=9607) realizado por el Instituto de Recursos Cinegéticos (IREC) de la Universidad de Castilla La Mancha, ha demostrado cómo las semillas tratadas con plaguicidas provocan importantes mortandades en especies como la perdiz roja.
+ Favorecer un entorno biodiverso, con presencia también de súper-depredadores. Especies como el lince ibérico o las grandes rapaces colaboran de manera inesperada en la gestión de los acotados cinegéticos ya que, tal y como se indicó más arriba, ayudan a controlar las enfermedades de sus presas, y, por otro lado, reducen la presencia de otros depredadores generalistas, suavizando los efectos de su acción en el territorio.
El caso es que, los depredadores como el zorro, vienen cargando desde hace ya demasiado tiempo con el sambenito de ser considerados el mayor y casi único problema que tienen las especies cinegéticas en nuestro país. Imagino que igualmente ocurrirá en otros territorios, pero lo cierto es que esos “sospechosos habituales” resultan ser más bien el chivo expiatorio sobre el que cargar los muy diversos y, en ocasiones, interrelacionados males que afectan a las cada vez más escasas especies de caza menor. Saber gestionar los cotos pasa por no dejarse llevar por percepciones sustentadas en subjetividades y alimentadas por un imaginario colectivo que sigue considerando a los depredadores como alimañas. Recordémoslo, muchas de estas especies de carnívoros, contribuyen y mucho a la conservación y gestión de los espacios naturales gracias a una papel ecológico que muy pocas veces es conocido y casi nunca valorado o reconocido.
Javier Moreno Montoza